Cielos despejados, aguas cristalinas, calles limpias...
Parece mentira que una situación tan amenazante para los seres humanos se convirtiera en ese respiro que la naturaleza pedía a gritos.
Éramos incapaces de detener nuestro ritmo de vida tan acelerado, nos negamos a ver la señales que se imponían cada vez con mayor fuerza: animales sufriendo, glaciares derretidos, árboles talados, ríos secos y mucho más.
Nuestra atención se volcó durante años en búsqueda de riquezas materiales, en guerras y amenazas, en la defensa de "derechos" personalizados que exaltaba la valía de unos mientras se rechazaba la existencia de otros; Hasta este momento, cuando el mundo nos exige un cambio, en nuestro estilo de vida, en nuestros pensamientos, en nuestra actitud, intentando recordarnos el valor de aquello que hace mucho tiempo dejamos de considerar importante:
- Abandonamos el tesoro más grande de toda familia, los abuelos, el corazón de oro que con maravillosas historias transmite parte de su sabiduría dejando una huella imborrable de amor.
Hoy nos necesitan
- Renunciamos a la empatía, a la solidaridad, al respeto y dimos la bienvenida a la soberbia, al egoísmo, al autoritarismo, permitiéndoles controlar cada aspecto de nuestras vidas, demostrando en momentos de crisis la escasez de nuestros valores.
Estamos a tiempo de recuperar los valores y ayudarles a las nuevas generaciones a desarrollarse y convivir en una sociedad más humana.
- Obstaculizamos el avance de la ciencia, la educación y la cultura, convirtiéndolos en sistemas obsoletos para el crecimiento individual pero en un gran arma de destrucción masiva global.
Sí, destinamos incontables recursos económicos en la creación de artilugios para defendernos del "enemigo", para descubrir que el enemigo más grande que tenemos esta en casa y es la ignorancia, la desinformación, la discriminación.
Hoy el mundo reclama de nuestras conciencias, tenemos mucho que aprender y mucho más que desaprender para desarrollar nuevas capacidades y comprender que somos parte de un todo y debemos funcionar de manera armoniosa para ver resultados.
Comprender que nuestras decisiones, por insignificantes que parezcan como tirar la envoltura de un dulce al suelo, traen consecuencias.
Comprender que si deseamos resultados diferentes, ese cambio que deseamos ver en el mundo debe darse primero en cada uno de nosotros en nuestras acciones, en nuestras palabras, en nuestro trato hacia nosotros mismos y hacia el mundo.
-DR-
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